
Encima de un enorme iceberg a la deriva por el Atlántico Norte, un señor de Cuenca, funcionario de correos, y un pingüino discutían por el precio de un sello. El debate era agrio, visceral, a cara de perro, y quizás hubiera durado días, meses, años. Pero el iceberg no...
Sin embargo, antes de esto destino funesto, el señor sacó de su abrigo una botella de cerveza rubia. Decidió compartirla con el pingüino para distender su situación drámatica. Cambiaron de sujet y hablaron de su vida respectiva con sus problemas.
Rápidamente, el pingüino fue totalmente ebrio, y como un alcohólico notorio eructó y se rió. Recordó que podía nadar. Agradeció su nuevo amigo y le saludó antes de lanzarse en el agua. Solo, el señor perdía toda esperanza cuando apareció a una ballena. Se presentó en amiga del pingüino y le propuso acompañarlo en tierra. Ello aceptó.
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